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Katherine Kolbar y Camila Rotter
Shirley Temple llevó esperanza, amor y calidez a su país durante la “Gran Depresión”, y con su carisma e imagen angelical logró hacer la DIFERENCIA y trascender-se por siempre.
Cantaba, bailaba y lucia unos rizos dorados perfectos... No fue sino a los ocho años que, al recibir gritos de admiración de una multitud, descubrió que era famosa.
“Me preguntaba por qué”. Le pregunte a mi madre y me respondió: «Porque haces películas que les hacen felices»”.
Nacida en 1928 en Estados Unidos, hija del matrimonio de un banquero y una ama de casa, e un caza talentos la reclutó para iniciar su carrera de actriz. A los 6 años ya era toda una estrella.
En la pantalla, sus personajes estuvieron marcados por la evolución de las niñas heroínas desdichadas de los melodramas del siglo XIX, desde La pequeña Dorrit de Dickens a la Cosette de Los miserables de Hugo, que hábilmente se fundieron con las niñas cantantes y bailarinas del music hall. Así surgió esa irresistible mezcla de rizos y lágrimas, pero también de hoyuelos y sonrisas, de claqué y canciones, de convincentes interpretaciones que convirtieron a la chiquilla en el mayor fenómeno infantil de la historia del cine.
A pesar de tanto éxito, "Ricitos de oro" no se durmió en los laureles, y por ello, en la etapa de la madurez, hizo un golpe de timón en su vida.
En los años cincuenta, y tras haber filmado una infinidad de películas, se alejo del mundo del espectáculo para dedicarse a la diplomacia, llegando a ser embajadora estadounidense en Ghana (1974–76) y Checoslovaquia (1989–92). Igualmente, se dedico a luchar contra el cáncer de mama que le fue detectado en 1972 y ocupar distintos cargos en organizaciones benéficas.
La “niña prodigio” con su ingenua capacidad para Ser ella misma cautivó al público en épocas en que se la necesitaba y supo luchar por sus ideales cuando más lo requirio. Nos inspira a recrear a ese niño feliz que vive en nuestro interior para amarnos y amar a los demás, utilizando la mejor herramienta: la Valentia Moral.
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